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Sin género de dudas

por Sandra Lara, Directora de Producción.

Como mujer y profesional, reconozco que todo lo relacionado con la discriminación del sexo femenino me afecta y me preocupa. Soy sensible a la publicidad sexista y la imagen cosificada de la mujer en cualquier medio; en general, al uso y abuso de prejuicios por condición o género sexual. Me considero feminista. Sí, sí, feminista. Sería imposible contar cuántas veces en mi vida me han dicho que ser feminista es lo mismo que ser machista, pero al revés. Tampoco podría contar las veces que he desmentido esto mismo.

Por este motivo, siempre intento depurar la realidad que me rodea con el fin de extraer la conclusión más objetiva posible, para no caer es la desorientación frenética que acaba causando cualquier movimiento extremo. Al final, no podemos ver fantasmas en todas partes, ya que, si lo hacemos, acabamos perdiendo de vista al fantasma de verdad.

Dicho esto y aunando profesión e inquietud, me gustaría hablar en mi artículo de hoy sobre sexismo lingüístico, tema que genera una gran polémica social.

Últimamente he dedicado bastante tiempo a leer sobre el tema. La postura generalizada sobre el sexismo lingüístico puede resumirse rápidamente en dos vertientes: los que opinan (¿o debería decir las y los que opinan?) que se deberían transformar los mecanismos lingüísticos para incluir la presencia de la mujer en la sociedad y los que opinan que hay que respetar dichos mecanismos y dejar que la lengua haga sola su trabajo.

Llegados a este punto, creo que hay muchos matices que tener en cuenta antes de decantarse por una de las vertientes. No me parece lo mismo, por ejemplo, el uso del masculino genérico que el uso de insultos vinculados semánticamente al sexo femenino. O el uso del femenino para cargos y puestos que nunca lo han tenido, como juez, médico o cirujano. Si soy jueza, probablemente me molestaría muchísimo que me llamaran señor juez. Porque soy solo una y en este caso no hay duda sobre mi sexo. Pero si estoy con diez personas, dentro de un grupo heterogéneo formado por hombres y mujeres, me parece bien que nos llamen ciudadanos, ya que, por contra, me parece lento, tedioso y repetitivo oír la misma palabra dos veces seguidas en el mismo discurso (ciudadanos y ciudadanas). Por no decir que pierdo rápidamente el hilo y llega un momento en que solo escucho el uso doble de los géneros, como un tintineo constante. Por otra parte, los mecanismos inventados para aligerar la carga del uso doble del femenino y el masculino, como la arroba (tod@s) o la x (todXs) me horrorizan aún más. ¿Cómo se supone que se lee eso? Es como leer un SMS lleno de abreviaturas. Mi cerebro se obstruye y deja de procesar.

Otro método que he visto con frecuencia es usar, directa y únicamente, el femenino. Este método, totalmente antinatural por ser impuesto, ¿es que acaso no excluye de una forma más abrupta a los hombres de la generalidad? Al menos llevamos siglos usando el masculino. Lo del femenino es nuevo y suena a raro, a forzado.

Me pregunto si el siguiente paso será ver qué género se usa primero, si decimos ciudadanas y ciudadanos o viceversa, no vaya a ser que el que figura en segundo lugar se sienta discriminado.

Si hay un principio que rige cualquier lengua es la economía. Decir mucho y bien con poco. Este principio es natural en cualquier lengua y todos los hablantes lo practicamos inconscientemente, como grupo y como comunidad, y somos nosotros, todos, los que tácitamente establecemos los mecanismos que funcionan en la lengua que hablamos. Con esto quiero decir que, independientemente de lo que nos parezca o no una lengua, nada cambiará porque así lo decidamos. La lengua es un organismo vivo y que nos pertenece a todos. Nadie puede imponer un uso concreto. Intentarse se intenta, desde luego, pero solo se consigue si se implanta de forma natural y porque todos queremos. Lo que desde luego no va a funcionar jamás es imponer algo que cuesta más trabajo decir que lo que ya estaba instaurado. Es algo que va completamente en contra del principio de economía de cualquier lengua y, por tanto, no se asentará de forma natural.

Sin embargo, como mujer e, insisto, feminista concienciada, nunca me he sentido ofendida por el uso del masculino como neutro en nuestro idioma. Nunca me he sentido excluida si un político ha mencionado a los ciudadanos en su discurso o si el profesor nos saludaba en clase con un buenos días, mis queridos alumnos. Si oigo un plural masculino y formo parte de la audiencia, me siento incluida. No percibo un esfuerzo de segregación. Una terminación en «as» no me mete, de pronto, en el saco. En el saco me meto yo.

Recuerdo perfectamente y con especial detalle el día en que nuestro estupendo profesor de Lengua española nos explicó cristalinamente esto mismo en la carrera. Por simplificar: en nuestra maravillosa, completa y tortuosa lengua, el uso del masculino puede referirse a ambos sexos. Entendámoslo como un uso doble, no como un abuso doble. Para dejarlo aún más claro, podría decir que el uso de la terminación en os puede implicar también a ambos géneros. Sin embargo, he leído feroces críticas al respecto, pero feroces. Carcas de la lengua que pretenden prolongar la invisibilidad de la mujer hasta el infinito, dicen. Aferrarse a normas arcaicas con el fin de preservar el sexismo y la discriminación de género, argumentan.

Es obvio que la lengua es un reflejo de la cultura y viceversa. Es evidente que seguramente hace miles de años alguien, probablemente algún hombre y probablemente muy machista, en una sociedad donde las mujeres no era más que adornos y fábricas de leche, decidió antes que nadie que el masculino se usaría como genérico. Es obvio también que los críticos contra el sexismo lingüístico (aunque parezca que no, me incluyo) tienen argumentos a miles para justificar numerosos cambios en la lengua. Ser la polla (con perdón) frente a ser un coñazo. Sin embargo, mientras que esto segundo me parece absolutamente justificado y evidente, sigo sin encontrarle sentido a la crítica del masculino genérico.

Entre las lecturas recomendadas sobre este tema, os propongo el fantástico artículo de Ignacio Bosque, miembro de la RAE y Catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid, llamado «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer».

En él, Ignacio Bosque enumera todas las posturas, argumentos a favor y en contra y conclusiones sobre el tema, sin obviar ni por un segundo la realidad tangible del, por desgracia, desaventajado papel de la mujer en la sociedad. Me gusta especialmente la parte en la que habla de nuestras escritoras más reconocidas, como Soledad Puértolas, Maruja Torres, Carmen Posadas, Almudena Grandes… y sobre cómo ellas ignoran las directrices contra el supuesto sexismo verbal que promulgan muchas guías modernas.

Como fabuloso ejemplo, cita un discurso de la científica Margarita Salas que, en su discurso en la conferencia inaugural del curso 2005-2006 en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, explicó las dificultades sociales que tuvo que vencer en sus primeros años como investigadora. Llevó a cabo una encendida defensa de la igualdad profesional y laboral de hombres y mujeres y, en particular, de la necesidad de que la mujer acceda a puestos de responsabilidad en el mundo de la universidad, la política, la empresa y la investigación con igualdad de deberes y derechos respecto de los hombres. Sin embargo, no dejó de usar el masculino genérico ni una sola vez y ella misma se incluía en la comunidad de científicos.

Como cierre y con el fin de intentar arrojar otra perspectiva sobre el asunto, me gustaría lanzar una pregunta al aire: ¿qué es lo sexista, el uso del masculino como genérico o la interpretación de que es el masculino lo que se usa como genérico, y no un género, digamos, neutro? Todo depende del color del cristal con que se mira. Tal y como afirma Ignacio Bosque en su artículo, «no debe olvidarse que los juicios sobre nuestro lenguaje se extienden a nosotros mismos».

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