Por Vanessa García, traductora y revisora

La ética profesional es objeto importante de estudio en muchas áreas. ¿Quién no ha oído hablar de la ética profesional en el campo de la medicina o del derecho? Pues bien, en el campo de la traducción, aunque pueda parecer una asignatura pendiente, también cabe considerar este concepto y basta con indagar un poco sobre él para darnos cuenta de que no son pocos los estudios que lo abordan.

Fijándonos en uno de ellos (Chesterman 1997: 147), leemos que el debate de la dimensión ética de la traducción suele girar en torno a los derechos y deberes del traductor. Los siguientes elementos son los que a menudo se tienen en cuenta como componentes de la ética profesional: el compromiso con los estándares de calidad más exigentes, la voluntad de perfeccionar las capacidades y el conocimiento propios, la capacidad de adaptación, la discreción, la imagen profesional y la lealtad.

Este último componente, la lealtad, es un concepto clave en estos debates y por ello, es el que ha inspirado este post. Entre todas las lealtades que se nos pueden venir a la cabeza relacionadas con el proceso de la traducción, y que menciono más abajo, me interesa la lealtad del traductor consigo mismo, puesto que a mí y a mis posibles lectores, es lo que más directamente nos atañe. Además, es uno de los temas más comúnmente tratados en los estudios sobre traducción, concretamente, alemanes. En los primeros días de la teoría del escopo (Skopostheorie) formulada por Vermeer, el texto original estaba considerado mera información. Es decir, que el propósito del texto de destino era lo que realmente determinaba la traducción. Esto, a priori, y sin más matices, podría originar un intenso debate ahora mismo. De hecho, ¿no es en ese en el que parecemos estar eternamente inmersos los traductores?

Hablando de la lealtad, Christiane Nord (1989, 1997: chap. 8, 2001: 185) también defiende que los traductores, como mediadores entre dos culturas, deben asumir responsabilidades con varias partes, las lealtades que mencionaba anteriormente: el autor del texto original, sus clientes (con sus respectivas intenciones) y los destinatarios de la traducción (que esperan cierta fidelidad del texto final con el de origen). Estas responsabilidades pueden converger, y ser más fáciles de ejercer, o ser completamente opuestas, con lo que el traductor se ve obligado a traicionar alguna. Lo peliagudo de esto, añado yo, producto de mi reflexión al respecto, es que en la mayoría de las ocasiones estas tres partes deben fiarse de lo que dice el traductor ya que ninguna de ellas posee los conocimientos y habilidades para contrastar la fidelidad de ambos textos. Y aquí es cuando entiendo que entran en escena la lealtad del traductor consigo mismo y su ética profesional, puesto que en eso es en lo que tanto clientes como destinarios de la traducción pueden confiar.

Mantener esta lealtad, un concepto que puede parecer fácil de aplicar, en ocasiones, es realmente complicado y el traductor se ve absolutamente sobrepasado por las responsabilidades que debe asumir y las potenciales consecuencias de faltar a esas responsabilidades.

En mi opinión, los casos en los que la lealtad es fácil de aplicar es cuando el dilema moral del traductor sobre si está siendo leal o no a sí mismo solo le incumbe a él y él es quien decide, por ejemplo, si aceptar o no el trabajo en función de la valoración que haga de las consecuencias de la traducción. Pongamos por caso que somos firmes defensores de los derechos de los animales y nos llega una traducción para una empresa que vende pollos criados hacinados en jaulas, o que nos encargan traducir un texto que defiende unas ideas políticas absolutamente contrarias a las nuestras. El dilema moral surge y el traductor se lo plantea, pero todo depende de él.

En cambio, luego hay casos en los que no es tan fácil ser fiel a los principios porque, por encima de ellos, los que sean, están los derechos de la persona que necesita la traducción y con la que el traductor está obligado. Me refiero a los traductores e intérpretes que trabajan en hospitales, juzgados, ministerios… o para estas instituciones. De estos traductores e intérpretes depende la comunicación entre personas en algunas de las situaciones en las que más se necesita. Factores como la multiculturalidad, las necesidades y problemas de la comunicación entre la población extranjera, etc., determinan el contexto de la traducción y la interpretación y el profesional encargado de ellas, a pesar de sus principios y de lo leal que quiera ser a ellos, se ha venido enfrentando, desde siempre, a estos conflictos como buenamente su profesionalidad y sus propios recursos le han permitido. Por suerte, y enlazo aquí con otro tema muy interesante relacionado con la lealtad y la ética profesional, desde 2001 existe el Máster Universitario Europeo en Comunicación Intercultural, Interpretación y Traducción en los Servicios Públicos, con cuya mención llego a la conclusión de este post. Este máster pretende la profesionalización de esta figura. Que un traductor o intérprete que se mueve en el ámbito de los Servicios Públicos cuente con una formación específica, personalmente, me parece clave para que pueda ser leal y fiel a sí mismo, a su profesión y a las personas que requieren de sus servicios. Era necesario proporcionar a los traductores que trabajan en estos ámbitos recursos que les permitieran ejercer sus funciones con la mayor profesionalidad. Porque es necesario que, las lealtades, en materias tan delicadas como estas, estén meridianamente claras y no todo dependa de lo ético o no ético, de lo leal o no leal que el traductor sea respecto a las partes implicadas y a sí mismo.

Parece obvio que la lealtad del traductor es un tema tan relevante que, en una de sus vertientes, ha acabado exigiendo la creación de una formación especializada. Por tanto, desde aquí, invito a todos los traductores e intérpretes a hacer su reflexión personal al respecto y a tratar de ser fieles a las conclusiones a las que lleguen. Ciertamente, nuestro trabajo puede ser mecánico, en ocasiones, pero hasta en esas, hay un espacio para la lealtad a nuestra profesión y a nuestros principios, que debemos respetar. Al fin y al cabo, los traductores e intérpretes lo somos por vocación…