por Néstor Hernández, Técnico de Sistemas.

Nos trasladamos  imaginariamente por unos instantes a julio de 1789, más concretamente a París.

Hartos ya del sistema establecido, después de haber rellenado miles de líneas en los Cuadernos de quejas, participáis en la toma de la Bastilla y, sorprendentemente, salís ilesos de la corta pero intensa batalla.

Tiempo después, y por circunstancias de la vida, os encontráis junto a las tropas napoleónicas en Egipto y formáis parte de la Commission des Sciences et des Arts. Cae el sol de la tarde y el calor os abrasa la sesera, tanto que cuesta trabajo concentrarse y aún más ser conscientes de lo que acabáis de descubrir: una placa pulida en la que aparecen, aparentemente, tres escritos en lenguas distintas.

El resto de la historia ya la conocéis, e incluso alguno de vosotros habrá visto con sus propios ojos en el Museo Británico dicha placa.

Dos siglos después trabajáis sentados frente a una máquina que es capaz de ayudaros en la maravillosa tarea de la comunicación global. Día a día formáis parte de una cadena en la cual se genera un producto en China y meses después un personaje en las calles de Puerto Rico lee tranquilamente las instrucciones del mismo para comprender cómo funciona en su propio idioma.

Si se piensa detenidamente, es una maravilla. Está claro que es complicado ser consciente durante 8 o 9 horas al día del papel tan importante que un traductor desempeña en la cadena de la comunicación.

Como si de una máquina del tiempo se tratara, este pequeño blog quiere trasladaros de nuevo al año 2013. Como diría el señor que nos llevó hasta Egipto en su campaña africana, desde este blog, 215 años nos contemplan. Sentémonos a reflexionar unos segundos con esta perspectiva tan fantástica del tiempo.

Llega el día que debemos elegir algo en el que desarrollar nuestras inquietudes, una vocación que nos motive a ahondar conocimientos en la materia que más nos atraiga. Desgraciadamente este siglo XXI no será bien recordado por sus muy titubeantes comienzos económicos, puesto que la crisis mundial no deja indiferente a ningún país medianamente desarrollado. Es patente que la influencia de esta situación marca una tendencia a la hora de elegir profesión.

La pregunta que planteo finalmente está dirigida a dos grupos bien definidos:

En un grupo tendríamos a los estudiantes de Traducción e Interpretación en los últimos años de carrera. Los nervios y la visión de un horizonte inestable turban sueños de un futuro laboral inmediato.

El segundo grupo estaría conformado por licenciados, que trabajan como freelances o fijos para una o varias empresas del sector.

En ambos casos, dentro del ámbito de las traducciones técnicas y puesto que se supone que no podemos expresar sentimientos ni estados de ánimo en ellas (instrucciones, manuales, documentación), la pregunta que planteo es la siguiente:

¿Eres consciente de que tu trabajo no debería ceñirse solo a traducir X palabras por hora, por mucho que el cliente lo exija, a que tu producción sea la más alta del grupo o a que teclees más o menos rápido en tu maravilloso ordenador?

El buen traductor se debe diferenciar por aunar vocación e intelecto a la hora de desempeñar su trabajo.

Los límites fijados por las guías de estilo, las memorias o la terminología no hacen más que proponernos barreras lógicas (en algunos casos psicológicas) a la hora de elaborar  la traducción final. Pero, por más herramientas que utilicemos, el componente humano seguirá estando presente.

Quién no ha escuchado alguna vez que la profesión se irá a pique por culpa de software inteligente capaz de automatizar nuestras tareas diarias… Os puedo asegurar por experiencia que esto también se planteó hace 10 años. La respuesta es fácil: si estás leyendo esta pequeña historia es que conservas tu puesto de trabajo.

Las barreras que mencioné antes acondicionan el camino, pero debemos contribuir con nuestra propia apreciación del texto traducido y a quién va dirigido.

Sin apretar ningún botón de nuestra imaginaria máquina del tiempo, volvemos a 1798, a esa tarde calurosa con una piedra manuscrita entre las manos y con todo el poder que os sigue dando la capacidad humana de crear e interpretar.

Podéis terminar la lectura y seguir pensando que mañana a las 10:00 hay que entregar este o aquel proyecto. Para los que penséis así, corrección leve de los fallos gramaticales y de estilo y fin del blog.

Quizás un porcentaje menor decida que no desea que esa parte del texto que está traduciendo quede en simples caracteres y símbolos unificados para formar frases, sino que la firma y sello de su formación y conocimiento se refleje cuidadosamente entre palabra y palabra.

Para concluir, en todo blog, bajo mi criterio, debe aparecer una pequeña moraleja como componente final.
Un gran músico se diferencia por su interpretación.

Un alumno muy técnico y perfeccionista observa y lee la partitura del Ave Verum de Mozart y la ejecuta sin saltarse un silencio, una corchea, una negra, la obra completa sin fallo alguno. A oídos del espectador llegarán notas y frecuencias dispuestas en el orden correcto. Fin del blog.

El gran intérprete musical, tal y como menciona el título que obtenéis al final de vuestra carrera, hace vibrar con esas notas al oyente. Os aseguro que remarcará o suprimirá una corchea si el énfasis de la frase lo merece.

No hace falta mencionar a Mozart para este ejemplo: la ilusión con que se canta un cumpleaños feliz a una persona cercana es maravillosa a oídos del homenajeado, así la interpretes en Fa Mayor, mezclando armonías con notas disminuidas.

Haced vibrar a otros con vuestros textos y correcciones, sois intérpretes y en segundo término, traductores.

Ahora sí, fin del blog.